Miguel Hernández, entre
el amor y el compromiso
Autor: Antonio José Domínguez
En Miguel Hernández la poesía es un destino y una
necesidad, no sólo de comunicación sino también de confraternización.
Hoy día existen múltiples razones para leer, evocar y
explicar la poesía de Miguel Hernández. En sus poemarios escritos durante la
Guerra civil están presentes las exhortaciones épicas, las cuales son tomadas
con reflexividad lírica; tenemos de ejemplo a los siguientes poemas: Vientos
del pueblo me llevan, El niño yuntero, El sudor y Canción del esposo
soldado.
Miguel Hernández tiene poemas que desarrollan un “yo” poético, realizando un retrato
moral que apela a la esperanza más allá de los desastres existenciales y
colectivos. En estos poemas se comprueba una vez más que este autor tiene su propio lenguaje y alfabeto al mantener diferentes
registros diferentes en uno y en otro. Así mismo, también se busca el acercamiento de un lector
libre de toda frontera lingüística, es decir, intenta que el lector no se
sienta ajeno al lenguaje poético.
de igual forma, el escenario bélico no hacía a la poesía encaminarse solo hacia una temática.
Su poesía no es una ensimismada, no se encierra sobre sí misma, sino que busca compartir el mismo
canto. Para conseguir esta comunión con el lector, el vocabulario hernandiano,
sus ritmos y sus métricas tienen sus preocupaciones y raíces en los clásicos
españoles, pero también en los octosilábicos de la copla y el romance. No
podemos olvidar que Miguel Hernández acompaña al Nuevo Romancero nacido en el
campo de batalla en defensa de la República para legitimar una poesía de
combate, como la situación del pueblo andaluz, la explotación ejemplificada en los poemas El niño yuntero o en El sudor, la denuncia del asesinato de Federico García
Lorca en “Elegía”. Esta exaltación épica, se troca en reflexión lírica
impregnada de testimonios surgidos en la batalla y donde el amor está presente
en medio de la ausencia y de la muerte, como en el poema Carta. Aquí el poeta
documenta su dolor a partir de la desolación de los otros, de todos los
soldados, metaforizado en aquellas cartas abandonadas y sin dueños que fueron
escritas y que sus receptores nunca recibirán: desastres pequeños de la guerra
que un poeta como Miguel Hernández testimonia como homenaje a los héroes
anónimos.
Como podemos apreciar, la poesía en Miguel Hernández es un
destino y una necesidad, no sólo de comunicación sino también de
confraternización. Del territorio moral y existencial de sus heridas,
reiteradamente enunciadas y cantadas, nace la radicalidad de todas sus
experiencias poéticas.
“La poesía no es cuestión de
consonante: es cuestión de corazón” porque su voz “es un clamor oceánico, que
no se puede limitar; es un lamento demasiado primitivo y grande, que no admite
presidios retóricos.”
Un par de años antes, tenemos otro documento de Miguel
Hernández que ha sido considerado como su Poética. Es lógico que en un momento
en el que el culto a la metáfora auspiciada por la doctrina orteguiana de la
deshumanización del arte, una conciencia poética más proclive a un nuevo
romanticismo se incline por el misterio, el secreto del poema: esfinge, afirma
él. Sin embargo, esta formulación tiene su excepción o su variante. Se refiere,
concretamente a lo que él llama poesía profética. En ella todo debe ser
claridad porque no se trata de ilustrar sensaciones, de solear cerebros con el
relámpago de la imagen de la talla, sino de propagar emociones, de avivar
vidas. De aquí surge una admonición: “Guardaos poetas, de dar frutos sin piel,
mares sin sal.” Estas ideas nos ponen de relieve una tensión que será la energía
de una trayectoria poética que se va debatir constantemente entre lo que
podemos llamar poesía culta y poesía popular que, en circunstancias
excepcionales, tanto en la práctica como en la teoría, desembocará, después de
un largo camino, en la dilucidación y síntesis que existe entre arte y
compromiso político.
Este camino se inicia con la avidez de materializar en
palabras la necesidad expresiva y comunicativa a través de la poesía. No
creemos necesario hablar de autodidactismo, mejor hablar de autoeducación
basado en un persistente y vocacional trabajo solitario. Cualquier marchamo
definitorio no deja de ser un reduccionismo.
El primer libro que publica como sabemos es Perito en
lunas, enero de 1933, en este poema busca más la sorpresa que las sugerencias significativas, aunque
el término “luna” nos traslade a uno de los símbolos del romanticismo. Este su
primer libro anuncia ya una vocación y una etapa de aprendizaje. Es un poemario
de juventud y condicionado por la tendencia de los conceptos de la poesía pura
enunciadas por Henri Bremond, el gongorismo de la Generación del 27, tendencias
rechazadas por Antonio Machado en su díptico: Toda imaginería que no ha brotado
del río pura bisutería. En este su primer libro, la metáfora es el soporte de
cada poema, así como la octava real la estrofa predominante. Aquí el poeta ha
trasmutado la realidad en una realidad poética encerrada en sí misma que
provoca emoción por su rígido hermetismo.
Perito en lunas no dejó satisfecho a su autor ni tampoco a
sus compañeros poetas, pero contó siempre con el apoyo de Vicente Aleixandre
que le animó a proseguir y superar sus caídas y desfallecimientos. Sus anhelos
y sus nuevos descubrimientos poéticos serán decisivos para “negar” su etapa
anterior sin perder la mejor tradición del Siglo de Oro. En este proceso de
aprendizaje es digno destacar las enseñanzas de Benjamín Palencia y Alberto
Fernández, pintor y escultor de la llamada Escuela de Vallecas y cuyas estéticas
alejadas del esteticismo se enraizaban en las realidades inmediatas.
Después de varias tentativas, en 1936, aparece uno de los
libros más importantes del siglo XX. Estamos hablando de El rayo que no cesa
donde ya queda lejos la “poesía pura” para poetizar de un modo radical el
sentimiento amoroso. Neorromanticismo, sí, pero desde una conciencia
existencial que se debate entre la necesidad erótica y su trágico
hostigamiento:
“Este rayo ni cesa ni se agota: // de mí mismo tomó su
procedencia // y ejercita en mí sus furores. Esta obstinada piedra de mí brota
// y sobre mí dirige la insistencia // de sus lluviosos rayos destructores.”
Si pudiéramos resumir este libro en un verso, el de
Francisco de Quevedo, “Hay en mi corazón furias y penas,” sería el más certero.
Este libro que nace de una crisis amorosa y de una transformación de su
neocatolicismo en una toma de conciencia social que coincide con la
proclamación de la República y la huelga de mineros en Asturias en 1934. Este
proceso se percibe mejor en su producción teatral que transcurre desde su auto
sacramental Quién te ha visto y quién te ve y la sombra de lo que eras
publicado en la revista Cruz y raya, y dirigida por José Bergamín hasta las
obras escritas durante la contienda bélica.
La producción posterior de Miguel Hernández está marcada
por aconteceres históricos y personales, es decir, la Guerra civil, enfermedad
y cárcel que se concreta fundamentalmente en Viento del pueblo, El hombre
acecha y Cancionero y romancero de ausencias.
“Viento del pueblo” se abre con una dedicatoria a Vicente
Aleixandre que puede considerarse como una confesión programática:
Vicente: A nosotros que hemos nacido poetas entre todos los
hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a los hombres (...) Nuestro destino
es parar en las manos del pueblo(...) Los poetas somos viento del pueblo:
nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus
sentimientos hacia las cumbres más hermosas.
En sus poemas podemos encontrar el reflejo de crisis sentimentales a través del soneto, al circunscribe a la corriente neorromántica, frente a la ausencia de humanidad de la
poesía pura. En este libro, los referentes de sus metáforas están en la
naturaleza inmediata y donde quedan lejanas las alusiones a la civilización
tecnológica, muy del agrado de los poetas puros y vanguardistas. Las metáforas tradicionales son sustituidas por otras de carácter
irracional que marcan el dramatismo .
En el siguiente libro, El hombre acecha declina su tono
vitalista y de apuesta por el futuro, pero siempre con una inflexible
esperanza. La guerra ha ido dejando demasiadas tragedias. Sin embargo, en su
último poema, Canción última, el fervor permanece incólume:
“Florecerán los besos // sobre las almohadas. // Y en torno
de los cuerpos // elevará la sábana // su intensa enredadera // nocturna
perfumada. // El odio se amortigua // detrás de la ventana. // Será la garra
suave. // Dejadme la esperanza.”
Y, por último, Cancionero y romancero de ausencias, un
poemario escrito entre 1938 finales de 1939 en donde se dan cita no sólo los
avatares de la guerra, sino también circunstancias personales. Intimismo y
denuncia social implícita en breves poemas de carácter popular intensificado en
desnudez y concentración para no dañar la dimensión trágica que se niega a
admitir y que queda patente en Eterna sombra, uno de sus últimos poemas:
Turbia es la lucha sin sed de mañana./ ¡Qué lejanía de
opacos latidos! / Soy una cárcel con una ventana / Ante una gran soledad de
rugidos / Soy una abierta ventana que escucha, / por donde va tenebrosa la
vida. / Pero hay un rayo de sol en la lucha /que deja la sombra vencida.
La imagen de Miguel Hernández se ha acuñado entre el mito y
el tópico. Muchos críticos y la opinión de muchos de sus compañeros han
contribuido a considerarlo como un verso suelto en la historia de la
literatura. No solo me estoy refiriendo a la aceptación o no de algunos poetas
de su generación, sino a un biografismo que le ha alejado muchas veces de su
trascendencia poética. Es cierto que nace en ese interregno entre la poesía
pura y la vanguardia, entre el periodo republicano y la Guerra civil, pero desde
su primer libro, Perito en lunas, ya se advierte una conciencia y
preocupaciones poéticas sustentadas por un profundo conocimiento de los poetas
clásicos españoles y una voluntad de ser poeta y no rimador al uso, y poseer
una concepción del poema como elaboración y artificio: Sobre esto afirmó que la
poesía era una bella mentira, una verdad insinuada, pensamiento que pone entre
paréntesis el principio de sinceridad del romanticismo, poetizado también por
Antonio Machado en su poema “Dime noche, amada vieja”: Para Miguel Hernández,
las palabras son el material que puede expresar los universales del sentimiento
y, en su caso, una conciencia trágica cuya esperanza estaba en el “nosotros”.
En su Cancionero y Romancero ese refleja al poeta de la Guerra civil, uno que ha recorrido un camino poético y vital de desgarros y renuncias, y una
vida de coherencia política.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=224768
Integrantes: Milimar López, Eslany Indriago y Sergio Pineda.
Este es el más completo, riguroso y pertinente de los post colgados por ustedes en esta serie.
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