
El francotirador paciente, de Arturo
Pérez-Reverte
Después de haber dedicado muchos años de su
vida a informar sobre las actividades de francotiradores y guerrilleros en
distintos lugares del planeta, Pérez- Reverte
se adentra ahora, llegado ya a la sesentena, en un “territorio comanche”
menos arriesgado, para dar vida en su
nuevo libro al mundo de los grafiteros. Estos “escritores de paredes”, como
ellos mismos se autodenominan, funcionan al margen de la ley como los guerrilleros,
aunque no disparan balas, sino chorros de pintura. Sus armas son aerosoles de
muchos colores que les sirven para trazar contornos y rellenan espacios sobre
superficies que pueden ser lienzos de pared,
cierres metálicos, vagones de metro y de tren o pilares de alguna obra
civil como el madrileño Viaducto.
La obra participa, en su elaboración, de los rasgos de las
crónicas periodísticas noveladas, al estilo de Truman Capote o Tom Wolfe y de
elementos narrativos propios del género negro, tan revitalizado actualmente.
Detrás de estas influencias, más o menos
marcadas, puede también distinguirse la sombra romántica y maestra del
inolvidable, aunque ahora poco recordado, último romántico Mariano José de
Larra., con sus pinceladas de costumbrismo social.
El planteamiento argumental se sitúa en un
lugar tan alejado de todo matiz contracultural como es la librería del Museo
Reina Sofía de Madrid. Allí, un editor “superexquisito” se encuentra con una
scout, que en la jerga editorial es alguien dedicado a encontrar autores y temas interesantes para su publicación, cuyos
servicios profesionales solicita, a cambio de una jugosa compensación
económica. La scout, una treintañera ,
exploradora intrépida en busca de posibles obras impresas, se encuentra en un
momento laboral bajo y acepta sin muchas dudas el encargo del editor de
localizar a un mítico grafitero español que se encuentra en paradero
desconocido. Este veterano de la escritura mural se esconde, porque se le
considera responsable de la muerte de un adolescente que, mientras intentaba
trabajarse un tentador espacio de pared, cayó desde un tejado y murió
instantáneamente. Su padre, un hombre muy rico,
quiere vengarse de quien considera
modelo e instigador de las actividades de su hijo y, en consecuencia,
responsable último de su muerte.
La misión de la scout será e introducirse
en el ambiente de los grafiteros y averiguar el modo de conseguir una
entrevista con este veterano del arte urbano marginal, que debería figurar como
personaje central del libro que sobre este tema pretende elaborar el editor
Tras este inicio, la acción se centra en
las actividades indagatorias de la protagonista, mujer de carácter
independiente, duro y audaz, cuya única debilidad parece ser la ternura que le
inspira el amor de una dulce amistad femenina llamada Eva. La búsqueda del
escurridizo grafitero, cuyo nombre de guerra es Sniper- francotirador en
inglés- constituye el desarrollo de la trama,. Seguir su rastro llevara a su
perseguidora a recorrer las calles de Madrid,
Lisboa, Verona, Roma y, por último, Nápoles. A lo largo de este
recorrido el autor plantea una serie de
situaciones que le permite poner de manifiesto quienes son, cómo actúan y qué
pretenden estos jóvenes que dedican
largas horas, casi siempre nocturnas, a expresar sus frustraciones, rechazos y
protestas con un peculiar lenguaje plástico, inseparable de la condición
urbanita de quienes lo emplean. La máxima de que “si es legal no es grafiti”,
implica el rechazo de toda sujeción a exhibiciones controladas y, por supuesto,
a todo contacto con galeristas, exposiciones o cualquier otra acción
contaminada por tintes comerciales. Las frecuentes persecuciones policiales
suponen un incentivo más para mantener viva esta lucha por la búsqueda de la
propia identidad figurativa y la libertad de expresión gráfica. El elevado
coste que supone para los contribuyentes la limpieza que los ayuntamientos
deben realizar para suprimir estas no solicitadas manifestaciones pictóricas no
les produce la menor inquietud, hasta el punto de negarse a “trabajar” en
espacios previamente acordados y autorizados por las autoridades competentes.
Ya se sabe, si es legal, si no provoca, no inspira.
La indiscutible magnitud lograda por esta
actividad y la dedicación que suscita entre sus adictos son innegables. El
autor afirmó en una entrevista conocer a un grafitero que llevaba iluminados
530 vagones de metro en el momento de ser arrestado. Invitar al lector a
conocer los entresijos de este submundo
del arte o de la protesta gráfica ha sido una buena idea que pone una vez más
de manifiesto su buen olfato para
abordar cuestiones de interés general.
Quizá la figura de la protagonista, Alejandra Varela, Lex para los amigos, no es
la mejor entre sus heroínas. Tampoco la de Sniper, el antihéroe, está muy conseguida.
Lo mejor es la evocación de esos jóvenes que sueñan con ver a sus creaciones
recorrer kilómetros sobre ruedas de tren o de metro o ser contempladas por
infinidad de viandantes como medio de salir de la masificación y el anonimato
en que viven de forma habitual. Tras horas de riesgo, vestidos de oscuro y
encapuchados para despistar a las posibles cámaras de vigilancia, vuelven a su
casa, a ver tv o escuchar música, satisfechos y tranquilos. Sniper no. Según él
mismo explica a Lex:
“Yo vuelvo a casa a pensar en cómo joderlos
a todos de nuevo. No busco un mundo mejor. Sé que cualquier otro de los
posibles será aún peor que éste. Pero este es el mío y es el que quiero atacar.
Un poco más adelante concluye:
“Yo no busco denunciar las contradicciones
de nuestro tiempo. Yo busco destruir nuestro tiempo”.
Nihilista y malhablado, Sniper no aparece
como prototipo de los grafiteros sino como su
extremo más negativo. Por eso
mientras aguarda con paciencia que sus planes destructivos se cumplan, en un
ingenioso giro argumental, otro francotirador, también paciente, acecha el
momento de ajustar con él antiguas cuentas. Gracias a eso, la novela se inclina
más al género negro que al antes predominante testimonio sociocultural. El lector se lleva una sorpresa, quizá no del
todo inesperada, cuando la navaja sustituye al aerosol y la sangre al vinilo de
tono rojizo.
Desde el punto de vista literario, no es
esta obra la de mayor calidad estética o de fuerza creativa entre todas las que
constituyen la amplia bibliografía de este francotirador paciente de la
escritura no pintada sino impresa.
Su estilo desgarrado y sus apresuradas secuencias argumentales, no
muy firmemente engranadas entre sí y poco perfiladas en sus contornos, son
rasgos que apoyan esta afirmación. Los diálogos, elemento clave de la
construcción narrativa, son a veces algo pretenciosos, pese a vulgaridad del
vocabulario, y acaban por sonar poco naturales.
Sin embargo, el trasfondo de crítica a
ciertas tendencias del arte moderno, que no son cultura sino
modas sociales de nuevos ricos, queda bien formulada. Por contraste con
ellas, la reivindicación de estos héroes del aerosol clandestino, en su
esfuerzo por darse a conocer, por destacar el “tag” que los distingue, acaba por resultar si no
convincente, al menos conmovedora, pese a la apropiación de espacios ajenos
hecha contra la voluntad de su dueño.
Esta guerra, casi siempre perdida y que se ha cobrado ya víctimas,
grafiteros caídos en combate, precipitados desde alturas mortales o por
accidentes variados, si que está bien contada, dentro de la habilidad narrativa
conocida en obras anteriores de Pérez Reverte.
Publicado por admin el 02/12/13
Por Pilar de Cecilia
http://www.troa.es/forocultural/el-francotirador-paciente-de-arturo-perez-reverte_7598/
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